Llegará
un día donde sintamos la nostalgia de la era dorada
de lo
digital y de su exotismo. Así va el yo-yo de nuestros deseos
y
evasiones, desde hace tiempo. Una especie de balance mítico
de
nuestro apego fetal y de nuestra conquista de autonomía, de
nuestro
culto de la unidad y de nuestras invenciones de héroes en
los
cuales encarnamos, de nuestro conservatismo y de nuestras esperanzas
de
divergencia.
La
naturaleza a la que le tememos tanto llegó en el siglo XIX
con el
rostro de una ninfa romántica; ya ahora, ella gira hacia lo
político
en los días laborables y descansa con nosotros los fines de
semana.
¿Qué parecerá el realismo cuando haga su reaparición
en
escena? ¿La instrumentación de una nueva materia prima? ¿O
una edad
de oro perdida, como en la película Soylent Green de Harry
Harrison
y Richard Fleischer? ¿Lo usaremos como una droga, como
los
alpinistas extremos? ¿O haremos una ficción metafísica? ¿Crearemos
zonas
protegidas, bajo inmensos domos de plástico, reservados
al
turismo recreativo y a las especias en peligro de extinción?
¿O este
retorno del realismo tomará la forma de dolor y guerra? ¿O
de
explotación de los débiles? ¿De una dictadura?