Con la invención de las tecnologías digitales nos movemos, se podría decir, hacia una nueva era de comunicación multimedia muy semejante a la tradición oral primitiva. Es una comunicación plurisensorial. Y además entramos en una civilización con memoria cultural más frágil – es una paradoja – por su dependencia con los progresos de la tecnología y de los programas informáticos.
Más sofisticada se volvió la tecnología de la memoria artificial, mas rápidamente se volvió vieja, frágil y se pierde.
La brecha digital no es solamente una zanja que separa a los países ricos del Norte y los pobres del Sur en el desarrollo tecnocientífico y el acceso a las herramientas nuevas. Sí, es eso, pero es mucho más. Se debe ante todo entender como una brecha de civilización, que marca el fin del clasicismo, del racionalismo binario, del pensamiento lineal fundado en el tiempo del Quattrocento, y los primeros pasos en la Edad Digital. Esa nueva cosmogonía favorece un pensamiento en arabesco, las lógicas flojas, el principio de indeterminación, las leyes del caos, entonces una nueva imagen del mundo basada sobre algoritmos y computación. Se trata de un cambio que parece soft, pacifico, pero que es radical y muy extensivo. ¡Radical! Pues cambia nuestras estructuras de pensamiento – si, es posible, come lo subraya Marshall McLuhan, que una tecnología cambie nuestro cerebro y nuestra sensibilidad! -, y es muy extensiva. Cambia todo el caleidoscopio de nuestras actividades humanas, no solamente la ciencia, pero también la economía, la vida privada, la cultura, incluyendo el diseño arquitectónico e industrial!
Lo digital nos permite desarrollar un poder tecnológico de creación considerable. No hablo de un progreso estético, tampoco de un incremento de la inteligencia, sino de la posibilidad de dibujar una forma en tres dimensiones inmediatamente, de modificar sus características, sus colores, su textura, sus volúmenes en minutos y finalmente de elegir el diseño que nos interese más a partir de un conocimiento de otras posibilidades.
Un creador tradicional usando una pluma no podría hacerlo sin dedicar horas y horas fastidiosas a dibujar las otras posibles versiones. El diseño disfruta entonces no sólo un poder inédito de investigación muy poderosa y rápida, sino también un poder de decisión mucho más asegurado.
Y más que eso con lo digital, el creador es capaz de integrar el nuevo objeto – un vaso o un edificio, o un detalle en una captación fotográfica realista del medio ambiente, para mejorar su evaluación de los rasgos distintos, originales, o de su posible integración en el mundo real de una ciudad o de una mesa de comida, etc.
El creador puede trabajar a distancia sobre el mismo proyecto con colegas en otras ciudades, dibujar en tiempo real y discutir del resultado. También puede mandar al cliente a distancia imágenes, bosquejos, una seria de varias opciones, entender sus reacciones y comentarios en tiempo, antes que dedicar una noche de urgencia para finalizar propuestas visuales.
Claro que ese diseño virtual vale tanto como un modelo tradicional con madera, papel, yeso, etc, pero vale mucho más por eso que se constituye en archivos digitales capaz de traducción algorítmica en instrucciones de producción industrial automática con los robotes de manufactura.
Por eso esas nuevas herramientas digitales producen una brecha decisiva entre un team de producción que utiliza computadoras y software sofisticados, y un taller tradicional. Lo que vale para la investigación y la construcción del objeto científico, vale tanto para la creación y el grafismo visual, como para el diseño industrial o arquitectónico, o urbanístico.
Esas profesiones conocen una evolución radical, lo que realmente constituye un progreso de las herramientas de creación. Claro que el poder del programa no nos asegura el éxito final. No vamos a hablar de un diseño digital sin creación y talentos humanos, tampoco de una escuela sin profesores. Sería una utopía estúpida, pensar que el computador o el programa puede ser el artista. Pero se trata de un dispositivo aumentado de creación, de investigación asistida por computador y software.
Un riesgo se presenta, pues los programas proponen librerías de soluciones preprogramadas para los diferentes problemas posibles; proponen lenguajes ready made seductores, cuando se trataría mas de inventar nuevas ideas.
Para decirlo en una palabra, esa brecha digital se puede caracterizar como nueva flexibilidad. Flexibilidad no solamente en la investigación, en los métodos de creación y de intercambio entre los creadores mismos y entre ellos y los clientes, sino también en los estilos, en la audacia estética. Y en eso veo lo más importante. Lo que permite una evolución estética en relación con la nueva imaginen del mundo, su estructura, su sensibilidad, su interpretación filosófica y finalmente social.
En esa brecha digital del campo estético se encuentra ya el Postmodernismo, en el estilo híbrido del cortado-pegado de secuencias mezcladas de varios estilos, de varias culturas, de varias épocas, de varios materiales. El software de tratamiento de texto vale como paradigma de nuestro nuevo pensamiento, de nuestra sensibilidad contemporánea. Esa estética híbrida refleja una conciencia actualizada de la mundialización y de los encuentros de culturas muy diversas.
Otro rasgo de la creación de hoy es sin duda la flexibilidad en las formas. Podemos subrayar en varios edificios emblemáticos actuales, como el museo de Bilbao, pero también en puentes audaces el abandono de la geometría octogonal y lineal a favor de formas y volúmenes en arabescos, desafíos en la gravedad, la celebración formal de la ruptura, del desequilibrio, de la discontinuidad. Esos nuevos paradigmas del espíritu humano expresan claramente la liberación ¿post racional? de nuestra creatividad permitida por la nueva flexibilidad digital. De ella resulta la celebración de la innovación humana como nueva esperanza, nueva creencia humana en el futuro prometeano. Entramos en una edad de inteligencia, de vida, de creación artificial, con una fe utópica en la tecnociencia.
Vale lo que vale el ser humano. Vale más que las utopías políticas del siglo XIX. Vale más que las religiones monoteístas, por eso afirman nuestra capacidad y responsabilidad humana en la edificación del futuro, al contrario de la alienación religiosa y la sumisión trágica y resignada a una cosmogonía pesimista. Pero se debe olvidar que la idea de progreso no significa nada en el campo del arte. Vale solamente, como voluntad, en el campo de la responsabilidad ética.
Esa flexibilidad digital entonces no es una libertad cínica de decir y crear cualquier cosa con audacia, sino de respetar nuevos valores laicos de responsabilidad social para contribuir a la edificación de un futuro hiperhumanismo.